El “Sur Global” es un término pernicioso que debe retirarse
Alan Beattie© 2023 The Financial Times Ltd.
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Alan Beattie© 2023 The Financial Times Ltd.
Que una expresión sea condescendiente, fácticamente inexacta, contradictoria y catalizadora de la polarización política en dos palabras es todo un logro, pero el término “Sur Global”, tan poco útil, lo consigue con aplomo.
Al parecer, la expresión tiene sus raíces modernas en el discurso poscolonial, en particular en los escritos del activista estadounidense Carl Oglesby sobre la guerra de Vietnam. Pero en los últimos años se ha convertido en un descriptor de todas las naciones de bajos ingresos, desde los “países menos desarrollados” más pobres hasta los gigantes de medianos ingresos, como los países del grupo BRICS, algunos de los cuales, específicamente China y Rusia, cuentan con amplias tradiciones imperialistas propias, tanto históricas como actuales.
“Incluir arbitrariamente a un subconjunto de naciones en una identidad colectiva inexactamente bautizada con el nombre de un punto de la brújula complica más las cosas de lo que las esclarece. El término Sur Global es prejuicioso e inexacto, y el debate público estaría mejor sin él”.
La expresión se extiende incluso a Chile (casualmente la nación geográficamente más meridional del mundo), el cual es miembro del club de los países ricos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y tiene un producto interno bruto (PIB) per cápita tan alto como Bulgaria, un Estado miembro de la Unión Europea (UE).
Desde una perspectiva benigna, el Sur Global es simplemente un conveniente término simbólico para los países de bajos y medianos ingresos. Como tal, puede complementar o sustituir a “países en desarrollo”, una expresión tradicionalmente utilizada por los economistas del desarrollo, o a “mercados emergentes”, originalmente un término de mercadotecnia para activos financieros inventado en la Corporación Financiera Internacional (IFC, por sus siglas en inglés), el brazo del sector privado del Banco Mundial.
Aun así, la calificación tiene algunas contradicciones obvias y bastante cómicas. Es global, pero por definición ignora todo un hemisferio: se refiere al sur, pero incluye a Rusia, cuyo territorio constituye la mitad de la costa ártica, pero no a Australia, en el hemisferio sur. (Según algunas versiones, Australia, cuya capital está a 10 horas al este del meridiano, se encuentra en el “mundo occidental”, otro concepto muy problemático).
Y, en realidad, el término es cualquier cosa excepto neutro. Asume una identidad colectiva que, en realidad, elude una amplia gama de condiciones e intereses. India, por ejemplo, convocó este año una cumbre virtual de países en vías de desarrollo presuntuosamente llamada la Voz del Sur Global, la cual ambiciosamente aseguraba “unidad de pensamiento, unidad de propósito”.
Pero la perspectiva de India sobre ciertos temas no es idéntica a la de otras naciones en desarrollo. El acceso desigual a las vacunas contra el Covid durante la pandemia, por ejemplo, con los productores de los países ricos quedándose con las inyecciones para sí mismos, justificadamente causó indignación en los países pobres y animó a la identidad del Sur Global a afianzarse. Sin embargo, India fue uno de los productores que implementó una prohibición “de facto” de las exportaciones cuando el suministro nacional de las vacunas que fabricaba amenazó con agotarse.
El cambio climático representa otro revelador ejemplo. Como importantes potencias industriales, los grandes países de medianos ingresos, como los del grupo BRICS, tienen especial interés en evitar precios elevados para las emisiones de carbono. India y China notoriamente sabotearon un compromiso durante la cumbre de la Conferencia de las Partes (COP, por su sigla en inglés) sobre el cambio climático de 2021 en Glasgow para progresivamente eliminar el uso del carbón, ignorando los intereses de las pequeñas naciones insulares pobres amenazadas por el aumento del nivel del mar.
Los países BRICS ahora están utilizando la narrativa de un conflicto entre los países ricos y el Sur Global para confrontar otra política, el mecanismo de ajuste en frontera por emisiones de carbono (CBAM, por su sigla en inglés) de la UE, el cual gravará las importaciones para igualar el costo de las emisiones con sus socios comerciales. Ahora bien, es cierto que el CBAM, el cual empezará a recaudar ingresos en 2026, probablemente impondrá cargas administrativas y de costos particularmente onerosas a las exportaciones de algunos países de bajos y medianos ingresos. También es muy probable que la UE no haya reflexionado en profundidad al respecto, recurriendo a vagos argumentos sobre ayudas para compensar el costo del ajuste.
Pero otros países ricos tampoco son muy partidarios del CBAM. EEUU, que no tiene un régimen nacional de tarificación del carbono, está utilizando la amenaza de nuevos aranceles sobre el acero y el aluminio para convencer (o intimidar) a una Bruselas muy reticente a eximirlo del CBAM mediante la creación de un nuevo acuerdo transatlántico.
Es más acertado considerar el CBAM como un intento de la UE de exportar sus normativas al resto del mundo -como lo ha hecho durante décadas con los automóviles, los productos químicos, la privacidad de los datos y muchas cosas más-, que como un complot de las naciones ricas contra las pobres. Y, mientras tanto, el clima sigue cambiando de forma alarmante, en detrimento de los pequeños países de bajos ingresos con pocos problemas de emisiones.
En esta polarizada atmósfera, países como los del grupo BRICS -el cual no tiene una posición común coherente sobre la reducción de emisiones- tienden a replegarse a posturas poco realistas y defensivas, en términos generales, de que los países ricos deberían aceptar las fugas de carbono mientras pagan cientos de miles de millones de dólares en financiamiento concesional para aliviar el ajuste verde global. Puede que esto suene a justicia global, y los países avanzados podrían hacer mucho más para abordar el cambio climático, pero es una exigencia políticamente improbable que no logrará el consenso internacional.
En realidad, los países se encuentran en un espectro continuo de ingresos, el cual, por cierto, no se alinea claramente con otras categorías como la igualdad, la salud, la educación, la lealtad geopolítica, la geografía, la religión o el origen étnico. Incluir arbitrariamente a un subconjunto de naciones en una identidad colectiva inexactamente bautizada con el nombre de un punto de la brújula complica más las cosas de lo que las esclarece. El término Sur Global es prejuicioso e inexacto, y el debate público estaría mejor sin él.